lunes, 3 de marzo de 2008

Concepto de evolución , Richard Milner

Concepto de evolución

El Diccionario de la evolución, de Richard Milner, es un compendio sobre el evolucionismo desde sus orígenes hasta la actualidad. En este libro, los conceptos no son breves explicaciones, sino que están ampliados, actualizados y relacionados con otras ciencias, además de las biológicas. En este fragmento el autor explica el término evolución, como mención al título de esta obra.
Fragmento de Diccionario de la evolución.
De Richard Milner.

Al hablar de «evolución» los biólogos quieren decir que, con el paso del tiempo, el cambio en las frecuencias génicas de las poblaciones produce nuevas especies a lo largo de generaciones. Charles Darwin denominó este fenómeno descendencia con modificación, un proceso lento que suele obrar a lo largo de cientos, miles y hasta millones de años.

La palabra evolución tiene cuatro significados que suelen confundirse y deberían mantenerse separados y distintos:
1) el proceso general del cambio en poblaciones y especies, considerado un hecho científico establecido;
2) el «progreso» inevitable desde formas de vida inferiores a otras superiores, un concepto que ha quedado desacreditado;
3) la historia concreta del «arbusto ramificado» de la vida y el origen de grupos diversos o filogenias, interpretado a partir del registro fósil y los estudios bioquímicos, y
4) el mecanismo, o «motor», de la evolución, para el que Darwin y Wallace propusieron la «selección natural», pero que en la actualidad está siendo estudiado y modificado por la investigación.

Veamos ahora algunos de los principales argumentos y objeciones que quienes se oponen a la evolución jamás se cansan de aducir... y algunas respuestas desde la perspectiva de la biología evolucionista:

1. ¿Un hecho o una teoría? La evolución quedó establecida como un hecho, no por haber triunfado en los debates entre filósofos o lógicos de gabinete, sino porque unificó miles de observaciones dispares realizadas por anatomistas comparativos, naturalistas de campo, geólogos, paleontólogos, botánicos y (posteriormente) genetistas y bioquímicos. Sin el concepto englobante de un mundo en cambio a lo largo de inmensidades de tiempo, no existiría lo que consideramos la ciencia moderna.

La idea de que las especies están relacionadas por una ascendencia común cuenta con el apoyo no sólo de argumentos o encadenamientos racionales, sino de muchos campos de investigación interconectados, cada uno de los cuales nutre a los demás y los apoya. La evolución está tan bien confirmada como la gravitación. Parafraseando a un destacado paleontólogo, las manzanas no dejarán de caer mientras los científicos discuten si la ley de la gravitación de Newton ha sido superada por las teorías de Einstein. Y las especies seguirán cambiando a lo largo del tiempo mientras nosotros seguimos investigando el cómo y por qué de la evolución.

Si alguien insiste en que la evolución es una mera interpretación de la naturaleza, ¿cuál sería la alternativa? ¿Que miles de dinosaurios y de especies anteriores y posteriores a ellos no guardaban relación entre sí, que aparecieron plenamente desarrollados y que no tienen nexos comunes? Un modelo de esas características, tanto si se denomina religión como «ciencia de la creación», no puede generar una indagación fructífera. Es una respuesta que impide plantear más preguntas.

2. Evolución «general» frente a especialización. Algunos críticos aceptan la creación de especies nuevas (de moscas del vinagre, por ejemplo) en laboratorio, pero afirman que la evolución general nunca ha sido demostrada experimentalmente. Con ello, aluden a la procreación de una serie de especies progresivamente superiores o más complejas. Sin embargo, no existe una teoría de la evolución general que mantenga tal cosa; las ideas victorianas de progreso inevitable no están de moda en biología.

3. Formas transicionales. La afirmación, repetida a menudo, de que no existen formas transicionales es probadamente falsa. La región del Karroo, en Suráfrica es, por ejemplo, un vasto cementerio de restos de reptiles mamiferoides, todo un tropel de especies cuya anatomía fue intermedia entre los reptiles y los mamíferos. El famoso Archaeopteryx, con sus plumas, dientes, garras y esqueleto reptiloide, es una transición entre reptiles y aves. Y los fósiles de homínidos africanos representan seres con fórmulas dentarias antropoideas, cerebros pequeños, brazos más largos que los de los humanos, pero más cortos que los de los simios actuales, y pelvis, pies y piernas dispuestos para la marcha erecta.
Los fósiles transicionales son notablemente raros porque, según las teorías actuales, la mayoría de las especies se mantuvieron estables durante largos períodos. Cuando se produce el cambio, ocurre con bastante rapidez (en términos geológicos) y suele darse entre poblaciones pequeñas y aisladas. El registro fósil ha sido comparado con la congelación en el tiempo de un aparcamiento de varios pisos. La mayoría de los coches se encontrarían en las distintas plantas y sólo muy pocos en las rampas. La cantidad de tiempo que cada coche pasa en la rampa es breve por comparación con la duración del aparcamiento inmóvil, a pesar de que todos han circulado por ella.

Otra prueba de la transición se encuentra en la distribución geográfica de las especies vivas. En las cadenas de islas del Pacífico, por ejemplo, los biólogos han seguido la pista de especies poblacionales a lo largo de miles de kilómetros y han descubierto formas intermedias de un extremo al otro del rosario de islas.

El mismo Darwin se sintió tan impresionado por un conjunto de variaciones geográficas de ese tipo entre las mariposas del Amazonas a lo largo de una extensa área de bosque tropical, que se vio impulsado a observar lo siguiente: «Nos parece ser testigos, en la medida en que podemos esperar llegar a serlo, de la creación de nuevas especies en la Tierra». Entre las criaturas vivas hay una serie de especies graduales e intermedias entre los lagartos y las serpientes, los tordos y los chochines, los tiburones y las rayas.

4. Prueba y «demostración». Existe el equívoco generalizado de que Darwin pensaba haber «demostrado» por lógica la evolución de las especies. En realidad, era un pensador y filósofo de la ciencia mucho más sutil. «El cambio de especies no se puede demostrar de manera directa -escribía a un amigo- y... la doctrina se hundirá o saldrá a flote en función de su capacidad para agrupar y explicar fenómenos [dispares]. Es realmente curioso observar el escaso número de personas que la juzgan de esta manera, que es claramente la correcta.» (Unos pocos años después escribía que se sentía «cansado de intentar explicar» este punto, pues la mayoría era incapaz de captarlo.)

5. «Agujeros» y cuestiones. Es innegable la existencia de «agujeros» y cuestiones en la teoría evolucionista (como los hay en la física de partículas), lo cual es normal en una ciencia que goce de buena salud. Thomas Henry Huxley pidió en cierta ocasión a sus estudiantes que se imaginaran perdidos en el campo en una noche ciega, sin pistas para reconocer el camino. Si alguien les ofreciera una linterna semiapagada y vacilante, ¿la rechazarían basándose en que su luz era imperfecta? «Creo que no -dijo Huxley-, creo que no.»

6. Tautología de la «supervivencia de los más aptos». La vieja canción de que la teoría evolucionista se basa en un razonamiento circular según el cual «los sobrevivientes sobreviven» fue olvidada hace ya tiempo. Los críticos mantienen que, sin una definición unívoca de la aptitud, la afirmación de que «sólo los más aptos sobreviven» es una proposición incomprobable y, por tanto, carente de sentido en cuanto explicación. Así es, desde luego; y, además, es cierto que algunos científicos de pensamiento brumoso han ideado explicaciones ad hoc sobre los orígenes de determinadas adaptaciones.

Pero, sea cual fuere el destino de arcaicas frases capciosas como «selección natural» y «supervivencia de los más aptos», la teoría de Darwin-Wallace sigue teniendo un núcleo sano: la superproducción de descendientes en la naturaleza, la variabilidad genética y un proceso selectivo cuyos resultados son una estabilidad a largo plazo y una divergencia circunstancial entre poblaciones. Las nuevas investigaciones se centran cada vez más en comprender con mayor profundidad estos mecanismos de la variación genética y la selección diferencial a medida que se producen en los diversos niveles de un mismo organismo.

7. Explicación ad hoc y no ciencia. Algunas personas dan por supuesto que la investigación y el estudio de las cosas vivas ha de llevar a la formulación de «leyes» fijas como las de la química o la física. La disección de estructuras anatómicas de seres extintos, la formulación de su distribución en el espacio y el tiempo y la reconstrucción de climas y ecologías del pasado pueden ser «una explicación ad hoc» para un físico o un químico, como en los relatos de la serie titulada «Precisamente así», de Rudyard Kipling, pero para la mayoría de los biólogos son, sin duda, ciencia.

El tipo de analfabetismo científico que rechaza la evolución por considerarla una creencia religiosa humanista puede tener como consecuencia serios errores en la comprensión de la vida humana y llegar incluso a provocar su pérdida. Veamos un ejemplo: en 1984 el doctor Leonard L. Bailey, de la facultad universitaria de medicina de Loma Linda (adventistas del séptimo día) intentó salvar la vida de Baby Fae, una niña nacida con graves malformaciones cardíacas. Bailey le implantó quirúrgicamente el corazón de un papión, pero el órgano fue rechazado de inmediato y la criatura murió.

Poco después se preguntó al médico por qué no había utilizado un corazón de chimpancé, en vez del de un papión, pues habría supuesto posibilidades de éxito mucho mejores, debido a la mayor proximidad evolutiva y adecuación genética del chimpancé. El doctor Bailey respondió que «no creía en la evolución» y, en cualquier caso, no comprendía qué tenía que ver con la práctica de la medicina.

La palabra evolución significaba en el siglo XVII el «despliegue» o «desarrollo» de un plan ya presente, como en la teoría de la preformación. También significa, de manera similar, el desarrollo embrionario de un individuo.

Cuando Darwin comenzó a dirigir su atención a «ese misterio de misterios: el origen de las especies», la idea de que las especies cambian con el paso del tiempo se denominaba transmutación o hipótesis del desarrollo. En los artículos de Darwin-Wallace leídos ante la Linnean Society en 1858, que anunciaban el principio de la selección natural, ninguno de los autores empleó la palabra evolución, que tampoco apareció en la primera edición de El origen de las especies (1859). (Se lee por primera vez en la edición de 1869.)

En cuanto a la expresión supervivencia de los más aptos, el primero en utilizar el término evolución en este contexto fue Herbert Spencer. Wallace y Darwin lo adoptaron más tarde, pero entre el público, en general, ambas frases se han identificado totalmente con las teorías de Charles Darwin.
Fuente: Milner, Richard. Diccionario de la evolución. Barcelona: Biblograf, 1995.

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