Cataluña |
Cataluña (en catalán, Catalunya; en aranés, Catalonha) es una comunidad
autónoma española. Ocupa un territorio de unos 32.000 km² que limita al norte
con Francia (Mediodía-Pirineos y Languedoc-Rosellón) y Andorra, al este con el
mar Mediterráneo a lo largo de una franja marítima de unos 580 kilómetros, al
sur con la Comunidad Valenciana (Castellón), y al oeste con Aragón (Huesca,
Zaragoza y Teruel).
Esta situación estratégica ha favorecido una relación muy intensa con
los territorios de la cuenca mediterránea y con la Europa continental. Cataluña
está formada por las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona. Su
capital es la ciudad de Barcelona.
España |
En el territorio catalán habitan actualmente 7.504.881 personas en un
total de 946 municipios de los que 63 superan los 20.000 habitantes (en los que
vive el 70 por ciento de la población catalana). Dos tercios de la población
vive en la Región Metropolitana de Barcelona.
Es un territorio histórico situado en el nordeste de la península Ibérica formado inicialmente a partir de los
condados que formaban la Marca Hispánica del Imperio carolingio y cuya extensión y unidad fue
completándose a lo largo de la Edad
Media. Tras la unión dinástica del condado de Barcelona y el reino
de Aragón en el siglo XII, los territorios catalanes
se constituyeron en parte integrante de la Corona
de Aragón, alcanzando una notable preponderancia marítima y comercial a finales
del período medieval.
Actualmente, la palabra Cataluña se emplea habitualmente para referirse
a la comunidad autónoma del mismo nombre situada en España, mientras que tanto
instituciones culturales, tales como el Instituto
de Estudios Catalanes y la
Universidad de Perpiñán, como medios de comunicación catalanes,
hablan de Cataluña Norte para hacer referencia al Rosellón, la región integrada en el Departamento de los Pirineos
Orientales de Francia.
Ubicación geográfica estratégica de Cataluña |
Cataluña constituye un territorio muy denso y altamente industrializado,
liderando el sector en España desde el siglo XIX y su economía es la más
importante de entre las comunidades autónomas, al generar el 18,6% del PIB
español, aunque según un informe independiente del INE, durante 2009 por
primera vez se posicionó en segundo lugar, con un PIB de 210.853,1 millones de
euros, tras la Comunidad de Madrid.
Respecto al PIB per cápita, se
sitúa en cuarta posición, tras el País Vasco, la Comunidad de Madrid y Navarra.
Su historia y su lengua son, para muchos de sus habitantes, la base de su
identidad colectiva.
Según datos del Instituto
Valenciano de Investigaciones Económicas de 2007, su índice de desarrollo humano (0.958) es el 8º mayor de España, por detrás de la
comunidad autónoma de La
Rioja, y por delante de Asturias.
Cataluña, tiene el propósito de restaurar su
independencia política, dentro de sus fronteras lingüísticas e históricas. El
espacio nacional catalán abarca de Salses hasta Guardamar y de Fraga hasta
Mahón. O si se quiere, de la cordillera de las Corberas hasta el río Segura y
del río Cinca hasta la isla de Menorca. El estado nacional catalán será
independiente y soberano; articulado a Europa. La independencia de la Cataluña
reunificada: un imperativo democrático, una exigencia moral a la luz del
derecho internacional.
Territorio:
69.822,93 km2.
Población:
10.257.632 hab.
Algunos analistas
enumeran las consecuencias que tendría el hipotético escenario de una Cataluña se
fuera de España
La independencia de Cataluña conllevaría un
empobrecimiento, según afirma un informe elaborado por el economista Mikel
Buesa, en el que señala que la economía de la región podría situarse en niveles
similares a los de Chipre.
Mientras parece crecer el
apoyo al independentismo catalán y tras la negativa por parte de Mariano Rajoy,
presidente del Gobierno español, a negociar el pacto fiscal propuesto por el
presidente catalán, Artur Mas, Cataluña estudia proponer el Estado propio en el
Parlamento autonómico como una de las vías que podrían abrirse después de unas
elecciones en esta comunidad. Aunque los partidarios de la independencia
catalana sostienen que de este modo se solucionarían gran parte de los
problemas financieros, algunos expertos coinciden en que sería un paso
equivocado y que la nueva nación saldría más perjudicada que beneficiada.
De la región más rica de España, a la nación más pobre
Según un informe del catedrático de Economía de la Universidad Complutense de
Madrid Mikel Buesa, con la independencia Cataluña perdería no menos del 25% del
PIB. “Actualmente”, señala en declaraciones al diario español ABC, “el
PIB por habitante de Cataluña ronda los 28.200 euros; un recorte de entre el
20% y el 25% lo dejaría entre los 21.000 y los 22.600 euros”. Buesa opina
que Cataluña pasaría “de ser una región más rica que la media española a una
nación más pobre que esa media”. Caída de ingresos fiscales En lo que refiere al
debatido tema del pacto fiscal, el economista Ángel de la Fuente sostiene que
las estimaciones a favor de dicho acuerdo por parte de grupos nacionalistas
catalanes no son acertadas.
Argumenta que una reducción del PIB conllevaría de forma
inmediata una caída paralela de los ingresos fiscales.
Asimismo, según el
presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, Juan
Rosell, Cataluña cuenta con un problema de financiación que “no se puede
obviar”. Rosell, que no esconde su preocupación por la apuesta independentista,
afirma que los empresarios defienden un mercado único pero también insta al
Gobierno central a que no ignore el malestar de esta autonomía y encuentre una
solución a sus problemas económicos. “La promesa del independentismo es la
del empobrecimiento”, subraya Buesa, que considera que “una Cataluña
independiente se enfrentaría a una década de un empobrecimiento brutal" de
la que no podría salir en mucho tiempo. Separación de la UE La secesión
supondría, según expertos, la separación de la Unión Europa y la pérdida
del euro y de las ayudas comunitarias.
Sus fronteras con España y con el resto de socios europeos
afectarían a más del 80% de sus flujos comerciales, que en la actualidad
dependen mayoritariamente del mercado español. Además, las multinacionales que
valoran la pertenencia del país a la unión monetaria podrían acabar optando por
la deslocalización. La competitividad de los productos y servicios catalanes
experimentarían un serio declive por los sobrecostes arancelarios y las
empresas sufrirían un efecto rechazo desde España.
Temido efecto dominó en
España y en Europa La ola independentista catalana coincide con un momento muy
duro en España, donde el endeudamiento de todas las comunidades alcanza
los 36.000 millones de dólares y el de Cataluña supone más de un tercio de esta
cantidad.
Algunos expertos opinan que una secesión catalana podría
animar a otras regiones en la Península Ibérica en particular y en Europa en
general, a seguir sus pasos. La excesiva centralización de los Gobiernos en
Italia, Bélgica y el Reino Unido ya ha llevado a movimientos separatistas en
regiones de estos países a luchar por su independencia. Así, en Escocia,
el líder del Partido Nacional Escocés, Alex Salmond, ya está preparando
un referéndum sobre la independencia de esta región para 2014.
HISTORIA
LOS PRIMEROS POBLADORES DEL TERRITORIO que actualmente ocupa Cataluña se remontan a los inicios del Paleolítico Medio. Los restos más antiguos
descubiertos corresponden a la mandíbula de un individuo del género Homo (especie incierta) encontrada en Bañolas, de unos 66.000 ± 7.000 años
de antigüedad (datación directa por Rainer Grun, Julià Maroto i cols. en 2006).
Entre los yacimientos más importantes de este periodo destacan el de las cuevas de Mollet (Serinyà, Pla de l'Estany), el Cau del Duc, en
el macizo del Montgrí, el
yacimiento de Forn d’en Sugranyes (Reus) y los abrigos Romaní i Agut
(Capellades), mientras que para el Paleolítico
Superior destacan los de Reclau Viver, la cueva de la Arbereda y la Bora Gran
d’en Carreres, en Serinyà, o el Cau de les Goges, en Sant Julià de Ramis.
De la siguiente etapa prehistórica, el Epipaleolítico o Mesolítico,
se han conservado importantes yacimientos, la mayor parte datados entre el 8000
y el 5000 a. C., como el de Sant Gregori (Falset) y el Filador
(Margalef de Montsant) y, en lo que respecta a las manifestaciones
artístico-creenciales, Arte levantino, el Cogul, Cabra Feixet (el Perelló) y
Ulldecona.
El período Neolítico se inicia en tierras catalanas hacia
el 4500 a. C., aunque en un grado de sedentarización de los
pobladores mucho menor que en otros lugares, gracias a la abundancia de
bosques, lo que propició que la caza y la recolección siguieran siendo
actividades fundamentales y que el establecimiento de asentamientos se demorase
en muchos lugares. Los yacimientos neolíticos más importantes de Cataluña son
la cueva de Fontmajor (l'Espluga de Francolí), la cueva de Toll (Morà), las
cuevas Gran i Freda de Montserrat y los abrigos con arte esquemático del
Cogul, Os de Balaguer, Albi, Tivissa y Alfara de Carles.
El período Calcolítico o Eneolítico se desarrolla en Cataluña entre el
2500 y el 1800 a. C.,
momento en el cual se construyen los primeros objetos de cobre.
La Edad del Bronce se sitúa cronológicamente en el
período 1800-700 a. C., de la cual se conservan escasos restos, pero
destacan unos poblados formados en la zona del Bajo Segre. La Edad del Bronce
coincide con la llegada de los pueblos indoeuropeos,
a través de sucesivos flujos migratorios que se desarrollan desde el año 1200 a. C., responsables de
la creación de los primeros poblados de estructura protourbana.
A partir de mediados del siglo VII a. C. el territorio catalán
alcanza el período conocido como Edad
del Hierro.
En el PERIÓDO PROTOHISTÓRICO se
caracteriza, en una primera etapa, por la confluencia de diferentes culturas
colonizadoras en el actual territorio catalán, en particular la griega y la
cartaginesa, que darán lugar a la formación, como en el resto de la península,
de la cultura ibérica.
De esta etapa es la formación de Emporion, en la costa gerundense,
enclave comercial impulsado por la ciudad griega de Focea desde Massalia
(actual Marsella), en el siglo VI a. C.
En lo que se refiere a la civilización ibérica, se ha constatado la
existencia de diferentes tribus dispersas por tierras catalanas, entre ellos
los indigetes (en el Ampurdán), los ceretanos (en la Cerdaña) o los airenosinos
(en el Valle de Arán).
Se distinguen cuatro grandes periodos en el actual territorio de
Cataluña. El inicial, que abarca del siglo VIII al VII a. C., que corresponde a
una etapa de formación, en que los pueblos indígenas entran en contacto con
pueblos colonizadores, y en el que aparecen los primeros objetos de hierro. El
segundo es el periodo antiguo, del siglo VII a. C. a mediados del V a. C., en
el que se consolida el proceso de iberización. Le sigue un período de plenitud,
que va de mediados del siglo V hasta el siglo III a. C. Y, finalmente, la fase
de decadencia, que se inicia en el 218 a. C. con la presencia de Roma, en que
la cultura ibérica es absorbida por el potente impulso de la romanización.
EN EL PERIÓDO ROMANO la segunda
etapa de la historia antigua en Cataluña corresponde al período de
romanización, iniciado en el siglo III a. C. La llegada de los romanos a la
Península Ibérica tuvo lugar en el 218 a. C., con el desembarco de Cneo
Cornelio Escipión en Emporion, la actual Ampurias, con el objetivo de cortar
las fuentes de aprovisionamiento de los ejércitos del general cartaginés Aníbal
durante la Segunda Guerra Púnica. La principal base de operaciones de los
romanos durante la guerra, y primer núcleo de romanización en la península fue
la ciudad de Tarraco, actual Tarragona.
Tras la derrota de los cartagineses y de diferentes tribus ibéricas
sublevadas ante la presencia romana, en el 195 a. C., se completó prácticamente
la conquista romana en territorio catalán y se inició el proceso de
romanización, a través de la cual los distintos pueblos peninsulares fueron
asimilados por la cultura romana y abandonaron sus propios rasgos.
El actual territorio catalán quedó englobado primero en la provincia
llamada Hispania Citerior, para formar parte desde el 27 a. C. de la
Tarraconense, cuya capital fue Tarraco.
Producto del periodo romano será la adopción de toda la estructura
administrativa y las instituciones propiamente romanas, el desarrollo de una
gran red urbana y viaria, la generalización de un sistema agrícola basado en la
trilogía mediterránea (cereales, viña y olivo), la introducción de los
regadíos, el desarrollo del derecho romano y la adopción del latín.
ANTIGÜEDAD
TARDÍA A PERIÓDO FEUDAL
Siglo III y IV
La crisis
del siglo III que afectó al Imperio romano y que originaría su
decadencia afectó gravemente al actual territorio catalán, donde se han
detectado importantes niveles de destrucción y procesos de abandono de
villas romanas. También de este siglo son las primeras noticias documentales de
la presencia del cristianismo en Cataluña. Aunque los datos
arqueológicos indican la recuperación de algunos núcleos, como Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona)
o Gerunda (Gerona), la situación no volvió a ser la de antes, las
ciudades se amurallaron y los núcleos se redujeron.
Periodo
visigótico: siglos V a VII
En el siglo
V, se produce la invasión generalizada del Imperio romano por parte
de los pueblos germánicos. El pueblo germano de los visigodos que había
obtenido permiso para entrar en el Imperio y colaborar en la defensa de los
limes en la actual Bulgaria como aliados romanos; fueron liderados por Ataúlfo tras
la situación de marginación dentro de la sociedad romana y de extrema pobreza
de este grupo étnico. Ataúlfo fue un visigodo y general romano que llegó al
máximo escalafón militar dentro del ejército romano, y que lideró la rebelión
visigoda, llegando a Italia y a Roma, venciendo o esquivando a las legiones
romanas, y llegando a conquistar a la hasta entonces invicta ciudad de Roma (1º
saqueo). Como acuerdo entre los romanos y los visigodos y para que estos volvieran
a aceptar el orden romano, sus leyes, dejaran de saquear Italia, y volvieran a
ser fieles aliados, se les entrega Hispania, y parte de Francia. Los visigodos
llegan a la península Ibérica por la principal vía romana, instalándose en la
ciudad Tarraconense en (410). Y cuando en el 475 el rey
visigodo Eurico formó el reino de Tolosa, incorporó el actual
territorio catalán, con gobierno primero desde Tolosa y luego
desde Toledo.
Conquista musulmana:
siglo VIII
Los visigodos
dominaron el territorio hasta inicios del siglo VIII, cuando en mitad de
una guerra civil por la sucesión del reino (que entonces ya abarcaba toda
la Península Ibérica), una de las partes llama a la potencia emergente,
el Imperio Omeya, en busca de ayuda y para que decidiera la guerra a su
favor. Los musulmanes ya ocupaban todo el norte de África y su imperio se
extendía hasta la India. Después de derrotar a las tropas fieles al rey
visigodo, Roderic (don Rodrigo), en la batalla de Guadalete y
con apoyo de los visigodos rebeldes que aspiraban al poder conquistan
rápidamente la península, encontrando sólo una resistencia marginal en las
zonas montañosas del norte.
La conquista relámpago musulmana se basó en un
ejército de 30.000 hombres (los romanos habían tenido un ejército de 50.000
para la defensa del Imperio de Occidente y otros 50.000 para la defensa del
Imperio de Oriente); en unos soldados altamente motivados; en las tácticas de
caballería ligera que tan bien funcionaron en terrenos abiertos; en la debilidad
de un reino dividido en mitad de una guerra civil sucesoria; en el desinterés
de una población hispanorromana dominada por una minoría aristocrática visigoda
que no había conseguido integrarles en el reino (la integración entre visigodos
y población local no se produjo hasta épocas posteriores); en el mandato
religioso del cristianismo en contra de la guerra (que no cambió hasta finales
del siglo XI con el encumbramiento de la clase caballeresca, aprox. 1075,
y las
cruzadas desde 1100); en el miedo a las represalias acompañado de la tolerancia
de los musulmanes con los que se sometían sin resistencia; en las facilidades
concedidas a las clases dominantes para mantener el poder si cambiaban de
bando; en la tolerancia religiosa mediante el simple pago de un impuesto por
parte de los no musulmanes; y, sólo en algunos casos, la entrega de tierras que
a los nuevos conquistadores (las mejores para los árabes y yemeníes, las peores
para los bereberes).
En el 718,
la conquista musulmana de la Península Ibérica llegó al noreste de la
península y pasó a la Septimania visigoda, un proceso que tuvo lugar
sin graves conflictos bélicos, excepto algunos focos de resistencia aislados
como el de Tarragona. El poder musulmán se extendía por la Galia ya desde 719,
Narbona, Carcasona, hasta Tolosa, e incluso Burdeos, en una continuada
expansión hasta centro-Europa. La posterior reacción carolingia liderada
por Carlos Martel, duque de Eudes, con su poderoso ejército de caballería
pesada (con cotas de malla), puso freno a la expansión musulmana por Europa en
la batalla de Touluse en 721, y los hizo retroceder a raíz de la batalla
de Poitiers en el 732, llegando a liberar Narbona en 759 por Pipino
el Breve. La reacción continúa con el proceso de crear una marca defensiva que
sirva de frontera meridional para el Imperio Franco. Esto supuso la ocupación
por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las
actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona, tras la
cual se formó una región fronteriza que seguía aproximadamente el curso de los
ríos Llobregat, Cardener y el curso medio del Segre. Los
dominios del Imperio carolingio delimitados por esta área fronteriza
con Al-Ándalus y los Pirineos serían conocidos con el
nombre de Marca Hispánica, aunque a diferencia de otras marcas carolingias nunca se constituyó formalmente como
tal. Este territorio se organizaba políticamente en diferentes condados dependientes
del rey franco.
Siglo IX
A finales
del siglo IX, el monarca carolingio Carlos el Calvo designó
a Wifredo el Velloso, un
noble descendiente de una familia del Conflent, conde de Cerdaña y Urgel (870),
y conde de Barcelona y Gerona (878), lo cual suponía la reunión bajo su mando
de buena parte del territorio de la Marca Hispanica. Wifredo fue el primer
conde en transmitir la gobernación de sus territorios directamente a sus
descendientes, debido a la crisis en que estaba sumido el Imperio y al
consiguiente aumento de poder de los gobernantes locales en los territorios
fronterizos. Aunque a su muerte Wifredo repartió sus condados entre sus hijos,
se mantuvo la unidad entre Barcelona, Gerona y Osona, excepto durante un
breve periodo. Se atribuye a la política de Wifredo la repoblación de Osona,
así como la fundación de los monasterios de Ripoll y San Juan de
las Abadesas, y la restauración de la sede episcopal de Vich.
Siglo X
Durante el
siglo X, los condados se convirtieron en verdaderos condados independientes del
poder carolingio, según el poder central del Imperio se debilitaba, y las
guerras civiles, de sucesión, hacían su trabajo de desgaste, un hecho que el
conde Borrell II oficializó en el 987 al no prestar juramento al
primer monarca de la dinastía de los Capeto. En estos años de
formación de los condados, se desarrollaron los primeros pasos de repoblación
del territorio tras la invasión musulmana, trayendo grandes contingentes de
población de los territorios dentro del Imperio carolingio que eran dominios
poseídos por los Condes de Barcelona como súbditos del Imperio, la repoblación
se hizo principalmente con población del sur de Francia (las diferencias con la
población actual del sur de Francia vienen a raíz de la aniquilación de esta
población en las guerras contra la herejía de los cátaros, y la
repoblación con habitantes del norte de Francia). Así, durante los siglos IX y
X se creó una sociedad donde predominaban pequeños propietarios libres,
llamados aloers, enmarcados en una sociedad agraria donde cada
núcleo familiar producía lo que consumía, generando muy pocos excedentes, y
típica de la Edad Media.
Siglo XI
El siglo
XI se caracteriza en Cataluña por el desarrollo de la sociedad feudal,
como consecuencia de las presiones señoriales para desarrollar lazos de
vasallaje con los campesinos libres (alodiales, en catalán aloers).
Los años centrales del siglo se caracterizaron por una guerra social virulenta,
donde la violencia señorial arrolló a los campesinos, gracias a las ventajas
que obtenían de las nuevas tácticas militares, la caballería pesada, y basadas
en la contratación de mercenarios bien armados y a caballo.
Así, a finales
del siglo, la mayoría de los campesinos propietarios se habían convertido en
siervos sometidos al señor. Este proceso coincidió con un debilitamiento del
poder de los condes y la división del territorio en numerosos señoríos, que con
el paso del tiempo, daría lugar a la articulación de un Estado feudal basado en
complejas fidelidades y dependencias, en lo alto del cual se encontraría el
conde de Barcelona, tras el triunfo sobre el resto de señores de Ramón
Berenguer I. Con el tiempo, los condes de Barcelona vincularían a todos los
demás condados catalanes con el condado que posteriormente pasaría a formar
parte de la Corona de Aragón.
Siglo XII
Hasta mediados
del siglo XII, los sucesivos condes de Barcelona intentaron ampliar
sus territorios en múltiples direcciones y por diversos medios. Ramón
Berenguer III (1082-1131) incorporó mediante alianza matrimonial el condado
de Besalú (1111), recibió por herencia el de Cerdaña (1117 o 1118), y
conquistó por la fuerza parte del condado de Ampurias (entre
1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controló el de Provenza (desde
1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón. Por su
parte, en 1118 la Iglesia catalana se independizó de la sede de Narbona y fue
restaurada la sede de Tarragona.
SIGLO XII al XV: LA CORONA DE ARAGÓN
Bajo el gobierno del conde Ramón
Berenguer IV (1131-1162), se
produjeron diferentes hechos fundamentales para la historia de Cataluña. El
primero, su boda con Petronila de
Aragón, lo que supuso la unión del condado
de Barcelona y del Reino de Aragón, por lo que con el
tiempo el territorio común sería conocido como Corona de Aragón. Fruto de esta unión
fue que Ramón Berenguer pasó a ser el princeps o dominador de Aragón, ya que el rey
aragonés Ramiro le hizo donación de su hija y de su
reino para que la tuviera a ella y al reino en dominio «salva la fidelidad a mí
y a mi hija» («dono tibi,
Raimundo, barchinonensium comes et marchio, filiam meam in uxorem, cum tocius
regni aragonensis integritate [...] salva fidelitate mihi et filie mee.»),
y se retiró a la vida monástica, aunque nunca cedió su dignidad real, esto es,
que en adelante sería rey, señor y padre de Ramón Berenguer tanto en Aragón
como en todos sus condados («sim
rex, dominus et pater in prephato regno et in totis comitatibus tuis, dum mihi
placuerit»).
La unión del condado de Barcelona y el reino de Aragón no fue, pues, el
fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada. De hecho, los territorios que
compusieron la Corona mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e
instituciones, y los monarcas reinantes tuvieron que respetar estas bases.
A nivel dinástico, existen diversas explicaciones en la historiografía
actual sobre la continuidad de las casas gobernantes en la Corona unida. Así,
algunos historiadores, como Ubieto o Montaner, creen que se produjo un
prohijamiento por el cual Ramón Berenguer pasaba a ser un miembro más de la Casa de Aragón. En cambio, José Luis Villacañas o Vicente Salas Merino, entre otros autores, consideran que la
dinastía reinante entre 1162 y 1412 fue la Casa
de Barcelona.
En lo sucesivo, Ramón Berenguer IV materializó las nuevas conquistas
políticamente diferenciadas asignadas a título personal como marquesados.
Conquistó Tortosa y Amposta en 1148, y Lérida en 1149 gracias a una ofensiva
conjunta con el conde Ermengol VI
de Urgel.
Estos territorios fueron repoblados a lo largo del siglo XII y suelen
recibir el nombre genérico de Cataluña
Nueva, para distinguirlos de los antiguos condados carolingios que conformaban
el área oriental de la Marca Hispánica, denominados Cataluña Vieja. La línea de separación
entre ambas áreas geográficas suele establecerse en la línea delimitada por los
ríos Llobregat, su afluente el Cardener, y el Segre.
Siglos XII y XIII
A finales del siglo XII, diferentes pactos con el reino de Castilla delimitaron las futuras zonas donde
desarrollar nuevas conquistas de territorio musulmán, pero en 1213, la derrota de Pedro II el Católico en la Batalla de Muret acabó con el proyecto de consolidación
del poder de la Corona sobre Occitania.
Tras un periodo de agitación, en 1227, Jaime
I el Conquistador asumió
plenamente el poder como heredero al trono de la Corona de Aragón y se inició
la expansión territorial sobre nuevos territorios.
En su reunión de 1188, la
asamblea de Paz y Tregua, germen
de las Cortes catalanas,
estableció los límites de lo que a partir de mediados del siglo XIV se conocerá
como Principado de Cataluña, y
que se definirá como el territorio sometido a la jurisdicción de dichas Cortes.
En dicha asamblea se estableció su ámbito jurisdiccional "desde Salses a Tortosa y Lérida y sus ríos"
(Constitución XVIII). No
obstante, tanto la frontera occidental como la meridional tuvieron una
definición incierta durante décadas. Así, delegados de las tierras de Lérida y
Fraga acudieron a las Cortes de Aragón convocadas por Jaime I en Daroca en 1228. En 1244, en cambio, Jaime I fijó la
frontera en el río Cinca,
situando en el ámbito catalán territorios anteriormente adscritos a Aragón como
la Ribagorza, La Litera y el valle
de Arán. En cuanto al límite meridional, fue quedando establecido en el curso
inferior del río Ebro, entre la
desembocadura del Segre y el mar.
A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII se incorporan a la corona
las Islas Baleares y Valencia.
Éste último territorio, el Reino
de Valencia, pasó a convertirse en un tercer reino de la Corona de Aragón, con
Cortes propias y unos nuevos fueros: los Furs
de València. En cambio, el territorio mallorquín, junto a los condados de Rosellón y Cerdaña,
la ciudad de Montpellier y los señoríos de Omeladés y Carladés, sería entregado
en herencia su segundo hijo, Jaime, y formarían el reino de Mallorca, iniciándose así un
periodo de tensión interna que concluiría con su anexión a la Corona de Aragón
en 1343, por parte de Pedro IV el
Ceremonioso.
Fernando II de Aragón en su trono enmarcado por dos escudos
con el emblema del señal real.
Frontis de una edición de 1495 de las Constituciones catalanas.
Entre las décadas finales del siglo XIII y las primeras del XIV,
Cataluña vivió épocas de gran plenitud, en las que experimentó un fuerte
crecimiento demográfico y una expansión marítima por el Mediterráneo. Esta
época coincide con los reinados de Pedro
III el Grande, que invadió Sicilia (1282) y tuvo que defenderse de una cruzada
francesa contra Cataluña; de Alfonso
III el Liberal, que se apoderó de Menorca,
y de Jaime II, que invadió Cerdeña y con quien el poderío de la Corona
alcanzó su máxima expansión económica en la Edad Media. Sin embargo, desde el
segundo cuarto del siglo XIV se inició un cambio de signo para Cataluña,
marcado por la sucesión de catástrofes naturales y crisis demográficas, el
estancamiento y recesión de la economía catalana y el surgimiento de tensiones
sociales.
Por su carácter limítrofe, la Ribagorza siguió siendo objeto de disputa
entre catalanes y aragoneses durante el siglo XIII. En las Cortes reunidas en
Zaragoza en 1300, el rey Jaime II aprobó que tanto Ribagorza como La
Litera quedasen bajo jurisdicción aragonesa.
Siglo XIV
El reinado de Pedro IV el
Ceremonioso (1336-1387) se
caracterizó por graves tensiones bélicas, entre las que se cuentan la anexión
del reino de Mallorca, el sofocamiento de una rebelión sarda, de la rebelión de
los unionistas aragoneses y valencianos y, sobre todo, la guerra con Castilla.
Estos episodios generaron una delicada situación financiera, en un marco de
crisis demográfica y económica, pero también un poderoso desarrollo
institucional y legislativo, en el que destaca la creación de la Diputación General de Cataluña o Generalidad de Cataluña (1365).
En 1375, una protesta de
los representantes de Fraga ante las Cortes reunidas en Tamarite vuelve a desplazar el límite
occidental de Cataluña, ya que esta ciudad vuelve a quedar bajo el fuero de
Aragón.
Siglo XV
La muerte sin descendencia y sin el nombramiento de sucesor del rey Martín I el Humano en 1410 abrió, además, una grave crisis
sucesoria. Ello abrió un periodo de interregno en el que aparecieron diversos
candidatos al trono. Los intereses comerciales, así como la animadversión que
despertaba Jaime de Urgel,
acabarían favoreciendo al candidato de la dinastía castellana de los
Trastámara, Fernando de Antequera,
quien, tras el llamado Compromiso
de Caspe de 1412, fue nombrado
monarca de la Corona de Aragón.
El sucesor de Fernando I
de Aragón, Alfonso V el Magnánimo,
promovió una nueva etapa expansionista, esta vez sobre el reino de Nápoles, el cual dominó
finalmente en 1443. Paralelamente, se agravó la crisis social en Cataluña,
tanto por los conflictos rurales como urbanos. El desenlace de estos conflictos
fue, en 1462, la rebelión de los
remensas, protagonizada por los campesinos frente a las presiones señoriales y
la guerra civil catalana, que se
extendería por un periodo de diez años, tras los cuales la región quedó
exhausta, los conflictos remensas no quedaron resueltos y Francia retuvo hasta
1493 los condados de Rosellón y Cerdaña,
que fueron ocupados durante el conflicto.
El matrimonio de Fernando II de Aragón con Isabel la Católica, reina de Castilla, celebrado en Valladolid en 1469,
condujo a la Corona de Aragón a una unión dinástica con Castilla, efectiva a su
muerte, en 1516, pero ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y
mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y la moneda
propias. Sería Fernando II de
Aragón, el Católico, quien, con la sentencia
arbitral de Guadalupe resolvió el
conflicto remensa en 1486, reformó en profundidad las instituciones catalanas,
recuperó pacíficamente los condados catalanes del norte y amplió la actuación
de la corona sobre Italia.
Siglos XVI al XVIII: Cataluña
durante la Edad Moderna
Constituciones Catalanas, 1535 |
Siglo XVI
Ya desde los tiempos de los Reyes
Católicos los catalanes
participan directamente en las expediciones y campañas militares españolas. El
almirante Cardona conquista Mers-el-Kebir (conocida tradicionalmente en las
crónicas españolas como Mazalquivir) en 1505. Pere Bertran i de Margarit,
ampurdanés, acompaña a Colón en su segundo viaje.
En el siglo XVI, la
población catalana inició una recuperación demográfica y una cierta
recuperación económica. El reinado de Carlos
I fue para Cataluña una etapa de
armonía en la nueva estructura que formaban ahora los reinos hispánicos.
Cuando llega Carlos I de España, un rey que permaneció poco tiempo en la
península, toma como base de operaciones a Castilla, con una población de 6
millones (entre los reinos más poblados de Europa en la época), una pujante
economía (Flandes, Portugal y el Norte de Italia eran las otras economías más
desarrolladas del continente), y el descubrimiento de América por el reino de
Castilla, y su nuevo ejército que gracias al Gran Capitán era el más poderoso
de Europa, lo convertía en la fuente perfecta para sus ambiciones expansionistas
e imperiales, siendo la base principal de impuestos y de reclutamiento de
tropas. Mientras que Cataluña con sus 300.000 habitantes, se libraban de llevar
esta pesada carga, en Castilla se producía la "revuelta de los
comuneros" por los nuevos impuestos para pagar los ejércitos y los
sobornos para los príncipes electores alemanes para ser nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
las mayores cantidades
de oro pagadas hasta la época, así como porque la pequeña nobleza y la
burguesía tenían las vistas puestas en la expansión ultramarina, y no en la
expansión europea del nuevo rey, que había nacido y crecido en Flandes
(actuales Holanda, Bélgica y parte de Francia). Esta revuelta fue aplastada por
los tercios que volvieron de Italia, con el apoyo de la población de Navarra y
Vascongadas (que recibieron los fueros del rey en agradecimiento por su apoyo),
y con el apoyo de la gran nobleza, en contra de la pequeña nobleza y la
burguesía de las ciudades. A largo plazo, las necesidades militares y los
elevados impuestos, como la alcabala que debía ser pagado cada vez que se
producía una operación comercial o de transporte (se suma en cada operación
10%+10+10+..., no como el IVA actual, que solo se paga en la venta final),
llevaron al reino de Castilla a la quiebra. La ventaja de la Corona de Aragón
al evitar el pago de estos elevados impuesto en favor del rey y para la defensa
del reino (no se enviaban grandes números ni en tropas ni dinero), no evitaba
tener elevados impuestos en la Corona de Aragón, aunque esta vez a favor de los
nobles, y que temían perderlos en favor del rey.
El hecho de que el descubrimiento de América y que por tanto los
derechos sobre ella estuvieran en el reino de Castilla, alejó a la Corona de
Aragón de sus ventajas hasta la unificación con el reino de Castilla con la
llegada de los Borbones en la guerra de Sucesión. Aunque el reino de Aragón se
había opuesto a una unificación con el reino de Castilla, puesto que la nobleza
que integraba las cortes de Aragón suponían que esta sería una dilución de sus
poderes, y tener que soportar la mayor carga impositiva que tenía el reino de
Castilla.
Durante el reinado de Felipe
II la Corona de Aragón continúa
sin soportar el mantenimiento militar de los reinos. Ello se explica por la
negativa de la corona de Aragón a proveer de más tropas y fondos al rey y la
defensa y expansión de sus dominios, así como por el paso del peso político y
económico internacional del Mediterráneo al Atlántico,
la debilidad del principado de Cataluña, siendo la preeminencia del reino de Valencia en el espacio de la vieja confederación
una cuestión de menor importancia.
El reinado de Felipe II marcaría, en cambio, el inicio de un proceso de
deterioro, la crisis económica que comienza en Castilla en 1580 y los elevados
impuestos que se atenazan sobre el reino vecino, llevando a este a una gran
pérdida de población, llegando la meseta y salvo Madrid, a tener menos
población en la actualidad que antes de 1580; la economía de Cataluña se
resiente, pero se mantiene la unidad del reino. Entre los elementos más
negativos de este periodo destacan la piratería berberisca sobre las zonas
costeras y el bandolerismo en las zonas interiores. La nueva
dinámica y las nuevas fidelidades que generaba originaron también un retroceso
en la lengua y en la cultura catalanas, que iniciaron una etapa de decadencia,
tras la pujanza de los siglos anteriores.
Cataluña en
un mapa del siglo XVII. (Guillermo
Blaeu, Ámsterdam, Provincias Unidas).
|
Durante el reinado de Felipe II, hubo catalanes, como Luis de Requesens que participaron activamente en la
política exterior "las Españas" (o de los reinos españoles), tanto
diplomáticamente como por el uso de las armas, como súbditos de la corona y del
rey.
Siglo XVII
En 1600, y ya desde 1580 la crisis económica había minado a los reinos
peninsulares unificados bajo un solo rey; el ejército, los tercios, seguían
siendo una fuerza de élite, pero ya no disponían de la abrumadora superioridad
tecnológica del siglo XVI, el norte de Flandes de había independizado y en
América los reinos españoles mantenían la superioridad, pero sufrían el acoso
de piratas y la expansión inglesa, francesa y holandesa. Mientras que en Asia
se perdían factorías de puestos portugueses, con peor defensa posible que los
Americanos (con más población fiel a la corona y con fácil apoyo entre sus
partes). En esta tesitura comienza en 1618 la guerra de los 30 años, y que
llevaría a la Francia de Richelieu, y al francés como potencias Europeas de
primer nivel, rompiendo la supremacía de las dos superpotencias hasta la época
(el Imperio otomano, y la Corona de los reinos Españoles). Europa pasa al
equilibrio entre potencias; y esto gracias a la habilidad en la política
internacional de Richelieu, al dinero del Reino de Francia, a la división
religiosa y al podería militar del reino de Suecia, que imprimió la primera
derrota en batalla campal a los tercios. En 1648, al final de la guerra de los
30 años, tras la paz de Westfalia, se abre un nuevo mundo de equilibrios de
poder.
La crisis económica, los nuevos impuestos y las nuevas necesidades
militares llevan a que se produzca el primer intento secesionista de Cataluña.
Las razones de fondos son de dos tipos, en primer lugar por las llamadas
"causas antiguas" (reducción de los privilegios medievales de la
nobleza desde la unión de Aragón y Castilla,
no convocatoria y presidencia de las Cortes,
introducción de algunos de los impuestos que se pagaban en Castilla, y la introducción en Barcelona de la Inquisición nueva en sustitución de la vieja Inquisición
que ya operaba desde la Edad Media, y que fue el modelo por el cuál se implantó
la Inquisición en Castilla en la época de los Reyes Católicos); y "causas
nuevas" (la presencia en territorio catalán de tropas extranjeras a sueldo
del rey, considerando como tales a castellanas y aragonesas necesarias para defender las fronteras
contra Francia en la guerra, pero nunca deseables en tu territorio, y el
desempeño de cargos públicos por personas no catalanas. Y en segundo lugar por
la política centralizadora del Conde-Duque de Olivares, que pretendía unificar
los reinos de Aragón y Castilla, reorganizar y subir el pago de impuestos para
mantener la guerra de los treinta años. Se puede resumir los principales
problemas en crisis económica, el malestar de la guerra, la presencia de tropas
para proteger la frontera contra Francia, dadas a los abusos de los ejércitos
de la época; y la petición de nuevos impuestos y levas para mantener el
esfuerzo militar durante la guerra.
Durante la guerra
existente entre Francia y España desde
1635, los franceses invadieron el Rosellón al mando de Condé y se apoderaron de
la villa y la plaza de Salses. Los catalanes levantaron sus somatenes y
formaron, con ayuda de soldados reales, un ejército de 25.000 a 30.000 soldados
al mando del virrey Santa Coloma, que recuperó la plaza el 6 de enero de 1640,
tras lo que Olivares pretendió llevar la guerra al interior de Francia y forzar
la paz. Con esta intención se ordenó una leva forzosa de unos 5000 soldados
catalanes, enervando aún más los ánimos, con lo que a mediados de marzo los
conselleres (Pau Claris) y la Diputación empredieron negociaciones secretas con
el Cardenal Richelieu, primer
ministro de Francia, que fueron ratificadas a finales de mayo.
En 1640 comienza la revuelta de Independencia en Portugal con apoyo de
Francia e Inglaterra. Un gran éxito para la diplomacia internacional francesa
que abre un nuevo frente para las tropas del rey de España, que ya había visto
como comenzaba una revuelta en Nápoles y Sicilia.
El 22 de mayo (1640) llegaron a Barcelona 3000 campesinos del Vallés
armados y encabezados por los obispos de Vich y Barcelona. De regreso al
Ampurdán, asesinaron a los oficiales del rey refugiados en los conventos
obligándoles a retoceder hacia el Rosellón cometiendo estos, actos de venganza
en Calonge, Palafrugell, Rosas y otros pueblos.
El 6 de junio, que era la festividad de Corpus (día que posteriormente ha sido
recordado con el nombre de Corpus
de Sangre), los segadores entraron en la ciudad de Barcelona en busca de
trabajo en la siega, siendo acompañados por rebeldes armados, cometiendo
distintos saqueos y asesinatos, con una respuesta de los soldados del rey que apresan
a un segador prófugo de la justicia por asesinato. La resistencia de los
segadores contra la detención de su compañero, los disturbios y combates
posteriores y los incidentes sangrientos dan origen a la guerra civil entre los
catalanes realistas y los catalanes independentistas y que simpatizaban con el
espíritu del levantamiento, aunque el levantamiento comenzó en un primer
momento como una revuelta contra las tropas del rey, contra la nobleza y la
burguesía, que sufrieron numerosos asaltos, saqueos y asesinatos a manos de los
levantados en los primeros momentos.
El embajador francés, Du Plessis Besancon, se reunió en Barcelona con el
presidente de la Generalidad, Pau Claris, con la intención de
convertir a Cataluña en república independiente bajo la protección de Francia.
Se alcanzó un acuerdo mediante la firma del tratado el 16 de diciembre de 1641
y Cataluña se sometió a la soberanía del rey Luis
XIII de Francia.
A finales de 1642 murió Richelieu y, pocos meses después, el rey Luis
XIII. Por su parte, Felipe IV prescindió del Conde Duque de Olivares. Todo ello
marcó un cambio de tendencia en la Guerra y, aunque las tropas francesas
entraron en Cataluña como aliados de los catalanes, pronto fue evidente para
éstos que los soldados franceses se comportaban de igual modo a como lo habían
hecho los de Felipe IV.
Un año después fueron recuperadas Lérida y las comarcas leridanas, que
no volvieron a caer en manos francesas.
En 1648 termina la guerra de los 30 años con la Paz de Westfalia, lo que
deja libres a las tropas del rey para intervenir en la revuelta en Cataluña.
En 1649 los realistas avanzaron hasta casi Barcelona, donde el
comportamiento de los franceses hizo inclinarse la balanza nuevamente a favor
de Felipe IV produciéndose
incluso varias conspiraciones en este sentido, siendo de destacar la
protagonizada por doña Hipólita de Aragón, baronesa de Albi.
En 1651 don Juan de Austria, puso sitio a Barcelona recuperando en menos
de un año Mataró, Canet, Calella, Blanes, San Feliú de Guixols y Palamós. La
Diputación general reconoció a Felipe IV, provocando la huida de Margarit (presidente de la Diputación tras la
muerte de Clarís) y sus partidarios a Francia. La ciudad, en estado de peste
después de un año de asedio, se rindió a don Juan de Austria el 11 de octubre
de 1652, poco después, el 3 de enero de 1653, Felipe IV confirmó los fueros
catalanes, con algunas reservas.
El fin de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón, el Conflent,
el Vallespir y parte de la Cerdaña a la corona francesa, anexión confirmada en
el Tratado de los Pirineos (1659), aunque en la Cataluña
transpirenaica francesa los fueros catalanes fueron derogados en 1660 y el uso
del catalán poco después, incumpliendo el rey Luis XIV de Francia este tratado.
Siglo XVIII
Con la muerte del rey Carlos
II y su sucesión por parte de Felipe V (1700) se instaló en el trono
hispánico una nueva dinastía, la Casa
de Borbón, reinante en Francia, que sustituía a la de los Habsburgo. Esta
circunstancia llevó a la formación de la Gran
Alianza de la Haya por parte de Inglaterra,
las Provincias Unidas y el Sacro
Imperio Romano Germánico a favor
de los derechos del archiduque
Carlos de Austria, iniciándose así la Guerra
de Sucesión Española.
Aunque en Cataluña se aceptó inicialmente a Felipe V, y éste había
jurado y prometido guardar sus fueros, las clases dirigentes catalanas fueron
desconfiando por lo que percibían como formas absolutistas y centralistas del
nuevo monarca, así como por la política económica pro-francesa. Ello derivó en
una etapa de hostilidad y oposición al monarca que culminó con el ingreso del
Principado (pacto de Génova) y de toda la Corona
de Aragón (salvo el Valle de Arán
y algunas ciudades), en la Alianza de la Haya. Así, mientras en los reinos de
Castilla y de Navarra Felipe V era comúnmente aceptado, en la Corona de Aragón,
Carlos, instalado en Barcelona, era reconocido como rey con el nombre de Carlos
III. Aunque el apoyo al archiduque en la Corona de Aragón no fue unánime
(ciudades como Cervera permanecieron fieles a Felipe V), sí
fue abrumadoramente mayoritario.
La guerra se desarrolló en Europa y en la península con diversas
alternancias para ambos bandos. Sin embargo, Gran Bretaña se conformaba con la
obtención de nuevas bases navales (Gibraltar y
Menorca) y con que los borbones no acumulasen los numerosos territorios de las
dos coronas. La causa de Carlos perdió apoyos y el propio pretendiente perdió
interés al heredar la corona de Austria. Los tratados de Utrecht (1713) y de Rastatt (1714) dejaron a la Corona de Aragón
internacionalmente desamparada frente al poderoso ejército franco-castellano de
Felipe V, quien ya había manifestado su intención de suprimir las instituciones
tradicionales. A pesar de la resistencia
a ultranza, como ocurrió con Aragón y Valencia (1707), todo el territorio
catalán fue invadido y Barcelona finalmente capituló el 11 de septiembre de 1714.
Con los Decretos de Nueva
Planta (Aragón y Valencia en 1707, Cataluña en 1716), se extendieron a los diversos
territorios de la Corona de Aragón buena parte de las instituciones castellanas.
Sin embargo, el derecho civil catalán (al igual que el aragonés) fue respetado
por el monarca.
Todos los territorios de la Corona de Aragón pasaban a tener una nueva
estructura territorial y administrativa a imagen de la de Castilla (excepto en
el Valle de Arán); se instauraba
el catastro y otros impuestos por los que la
monarquía conseguía por fin sus objetivos de control económico y se
centralizaban todas las universidades catalanas en Cervera, como premio a su fidelidad y
para controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842.
A pesar de la difícil situación interna, Cataluña lograría a lo largo
del siglo XVIII una notable recuperación económica, centrada en un crecimiento
demográfico importante, un aumento considerable de la producción agrícola y una
reactivación comercial (especialmente gracias al comercio con América, abierto
solo a partir de 1778), transformaciones éstas que marcarían la crisis del Antiguo Régimen y posibilitarían después la
industrialización, un primer proceso de la cual se daría en el siglo XVIII,
especialmente centrado alrededor del algodón y otras ramas textiles.
A finales de siglo, sin embargo, las clases populares empezaron a notar
los efectos del proceso de proletarización que ya se manifestaba, lo cual dio
lugar a diferentes situaciones críticas hacia finales de ese siglo. En la
década de los noventa se iniciaron además nuevos conflictos en la frontera con
Francia, derivados de las consecuencias de la Revolución
francesa.
Siglo XIX
En 1808, Cataluña fue
ocupada por las tropas de Duhesme,
general de Napoleón, tras el
comienzo de la Guerra de
Independencia Española en Móstoles.
Durante el conflicto, Cataluña fue incorporada al Imperio Francés y dividida en
departamentos. Al igual que en el resto de España, la mayoría de la
población catalana se rebela contra la ocupación. Entre los hechos de armas
destacan la Batalla del Bruch en 1808 y los tres asedios a que es
sometida Gerona, defendida en el tercer
sitio por sus habitantes bajo la
dirección del general Álvarez de Castro, ayudado externamente por el capitán Juan Clarós y sus 2.500 hombres. Durante el mismo,
los franceses perdieron gran cantidad de hombres y medios antes de conseguir
rendirla por el hambre, las epidemias y el frío el 10 de diciembre de 1809.
El dominio francés se extendió hasta 1814,
cuando el general Wellington firmó el armisticio por el cual los
franceses debían abandonar Barcelona y otras plazas fuertes que habían
ocupado hasta el último momento.
Reinado de Fernando VII
Durante el reinado de Fernando
VII (1808-1833) se sucedieron
diversas sublevaciones en territorio catalán y tras su muerte, el conflicto por
la sucesión entre el infante Carlos
María Isidro y los partidarios de Isabel II dio lugar a la primera guerra carlista, que se
prolongaría hasta 1840 y que sería especialmente virulenta en
territorio catalán. La victoria de los liberales sobre los carlistas dio pie al
desarrollo de la revolución burguesa bajo el reinado de Isabel II. Los
vencedores se dividieron pronto en moderados y progresistas, mientras que en
Cataluña se empezaba a desarrollar el republicanismo.
Durante esta época, la industrialización avanza en Cataluña a mayor velocidad
que en el conjunto de España, dando lugar al surgimiento de una nueva clase
social, el proletariado, que
soportaría condiciones de vida y trabajo muy duras.
Renaixença y nacimiento del Catalanismo cultural
La industrialización estaría marcada por una grave escasez de recursos
energéticos propios y la debilidad del mercado interior español, además de por
las presiones para adoptar políticas proteccionistas que evitaran la
competencia de productos extranjeros. A partir del segundo tercio del siglo se
desarrolló también la Renaixença,
un movimiento cultural de recuperación del catalán como lengua de cultura, que
empezaba a superar así su larga etapa de decadencia.
Reinado de Isabel II
El desarrollo del reinado de Isabel
II, marcado por la corrupción, la ineficacia administrativa, el centralismo y
las tensiones políticas y sociales, se tradujo en un progresivo aumento de la
agitación social y en el desarrollo de la ideología republicana y federal. El
descontento estalló la Revolución de 1868, también conocida como La Gloriosa, que causó la caída
de Isabel II y dio lugar al comienzo del Sexenio
Revolucionario.
Sexenio Revolucionario y Restauración
La temporal coalición de liberales moderados, progresistas y
republicanos que había derribado a Isabel tuvo enormes dificultades para
decidir la forma de gobierno. Finalmente, siendo jefe de Gobierno el General Prim, catalán de Reus y eterno
conspirador, se decidió mantener la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya. Sin embargo, el
asesinato de Prim privó al nuevo monarca de su principal apoyo antes de llegar
a España. El estallido de la Tercera
Guerra Carlista agravó la
situación. La oposición cruzada de los monárquicos alfonsinos y carlistas, por
un lado, y los republicanos y movimientos obreros, por otro, obligaron a Amadeo
a abdicar al cabo de sólo dos años y cuatro meses de subir al trono. El
enfrentamiento entre las diversas opciones monárquicas favoreció la
proclamación de la Primera
República Española. Ésta tuvo que afrontar la insurrección armada de los
carlistas, las conspiraciones de los alfonsinos y la agitación de los
movimientos obreristas vinculados a la Primera
Internacional, así como la división de los mismos republicanos en unitarios y
federalistas. Además, tanto bajo la monarquía de Amadeo como durante la misma
República, en Cataluña se suceden diversos intentos separatistas que fueron
neutralizados por los distintos gobiernos. Los gobiernos se suceden
vertiginosamente y la República se encaminaba hacia el federalismo. En 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto dio paso a la Segunda Restauración Borbónica en el trono español, en la persona de Alfonso XII. Se abre así un periodo
dominado por la figura política de Antonio
Cánovas del Castillo, consiguiéndose una mayor estabilidad política. La
conquista de la plaza carlista de Seo de Urgel supuso el fin de la guerra en
Cataluña. Por otro lado, el nuevo régimen reprimió las protestas obreras. La
tranquilidad obtenida con el sistema del turno
de partidos se extendería hasta
inicios del siglo XX, momento en
que afloraría nuevamente la oposición política, especialmente de republicanos y
catalanistas, y las tensiones sociales.
SIGLO XX
El catalanismo y el nacionalismo catalán
En las décadas siguientes fue tomando cuerpo el catalanismo político, como culminación de un
proceso de afirmación de la conciencia nacional catalana, las primeras
formulaciones del cual fueron debidas al político republicano Valentí Almirall. En 1901 se
formó la Liga Regionalista de Enric Prat de la Riba y Francesc
Cambó, que impulsó la Solidaritat
Catalana. En cuanto al movimiento
obrero, el final del siglo XIX se caracteriza en Cataluña por tres tendencias:
el sindicalismo, el socialismo y el anarquismo,
a los cuales se suma, a inicios del siglo XX, el lerrouxismo. Ello conduce a que en las
primeras décadas del siglo XX se distingan dos grandes líneas de fuerza, el catalanismo y el obrerismo.
El primero, bajo el liderazgo de Prat de la Riba, consiguió una primera
plataforma de autogobierno desde 1716: la Mancomunidad
de Cataluña(1913-1923), presidida primero por éste, y más tarde por Josep Puig i Cadafalch. El obrerismo
encontró en el anarcosindicalismo la síntesis aglutinadora de
anarquistas y sindicalistas, los dos sectores mayoritarios del movimiento
obrero, y en la Confederación
Nacional del Trabajo(CNT), la organización de combate para luchar por sus
derechos.
Reinado de Alfonso XIII y dictadura de Primo de
Rivera
El verano de 1909 se produce una revuelta popular
conocida como la Semana Trágica,
en que una huelga general degenera en actos de vandalismo que son reprimidos
duramente.
La creciente conflictividad social degenerará a lo largo del reinado de Alfonso XIII, dando lugar desde 1917 a
una intensificación de las tensiones y al desarrollo del pistolerismo, alentado desde la
patronal contra los obreros y enfrentado al terrorismo anarquista. Ello
desencadena una espiral de violencia que sólo se frenará con la llegada de la
dictadura del general Primo de
Rivera (1923-1930), apoyada en su
inicio por la burguesía catalana.
Tras la caída de Primo de Rivera, la izquierda republicana y catalanista
invirtió grandes esfuerzos para generar un frente unitario, bajo la figura de Francesc
Macià. Así nació Esquerra
Republicana de Catalunya, un partido que logró romper el abstencionismo obrero
y consiguió un triunfo espectacular en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931,
que precederían a la proclamación de la Segunda
República Española.
Segunda República Española
El 14 de abril de 1931, el mismo día en que se proclamaba la República
en Madrid, Francesc Macià proclamaba desde el balcón de la
antigua Generalidad de Cataluña la República Catalana dentro de una federación
de pueblos ibéricos. El hecho motivó preocupación fuera de los círculos nacionalistas,
siendo solucionado con la restauración de la Generalidad
de Cataluña. La posterior aprobación de la Constitución republicana que, tras
enconados debates reconoció la posibilidad de autonomía regional, permitió la
aprobación del Estatuto de
Autonomía de Cataluña de 1932. En su virtud fueron instaurados
un gobierno y un parlamento autónomos en Cataluña. Macià fue investido primer
presidente de la Generalidad, cargo que desempeñó hasta su muerte en diciembre
de 1933. Fue sustituido en el cargo por Lluís
Companys. Las elecciones parlamentarias de 1933, primeras en las que las
mujeres tuvieron derecho al voto, convirtieron a la conservadora CEDA en
la principal fuerza política. Tras una etapa de gobierno minoritario del Partido Republicano Radical dirigido por el antaño revolucionario
y ahora centrista Alejandro
Lerroux, la CEDA exigió participar en el ejecutivo. Su entrada en el gobierno
con tres ministros motivó que los socialistas convocaran la conocida como Revolución de 1934, que en Cataluña no
fue secundada por el sindicato mayoritario, la anarcosindicalista CNT. Sin embargo, el 6 de octubre
Companys proclamó "el Estado
Catalán de la República Federal española". Carente del apoyo del
movimiento obrero y contando con las únicas fuerzas de los Mozos de Escuadra y milicianos de su propio partido, el
levantamiento fue sofocado por el Capitán General Domingo Batet. El gobierno español
suspendió las instituciones autónomas catalanas, nombrando un ejecutivo
provisional con participación de la Liga
Catalana y los radicales. La
autonomía fue restablecida tras las elecciones parlamentarias de 1936, que
llevaron al poder a los partidos de izquierda agrupados en el Frente Popular, y que supusieron la
amnistía para los participantes en la tentativa revolucionaria y la vuelta de
Companys al gobierno catalán.
En cuanto al movimiento obrero, destaca la crisis de la CNT con la
escisión del sector moderado, los denominados treintistas.
Los partidos de inspiración socialista iniciaron un proceso de convergencia que
culminaría en la formación de dos partidos rivales: el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y el Partido Socialista Unificado de
Cataluña (PSUC).
Cataluña durante la Guerra Civil
Tras la victoria electoral de las izquierdas en febrero de 1936 (en
Cataluña bajo la bandera del Front
d'Esquerres de Catalunya) y la sustitución del presidente conservador Niceto Alcalá-Zamora por el izquierdista Manuel Azaña la tensión política continuó
incrementándose. Los actos violentos de ambos bandos culminaron con el asesinato
del líder de la derecha radical, José
Calvo Sotelo. Pocos días después tuvo lugar el fallido golpe de estado contra la II República, que desembocó
en la Guerra Civil. En Barcelona,
el golpe fue liderado por el general Manuel
Goded, pero la oposición armada de los militantes de sindicatos y partidos de
izquierda y la decisiva intervención de la Guardia
Civil propició el fracaso de la rebelión.
A partir de ese momento, Cataluña quedaría dentro del sector no controlado por
los sublevados y bajo la teórica autoridad del gobierno republicano.
El desarrollo de la guerra en Cataluña se caracterizó en una primera
fase por una situación de doble poder: el de las instituciones oficiales (la
Generalidad y el Gobierno republicano) por un lado, y el de las milicias
populares armadas coordinadas por un Comité
Central de Milicias Antifascistas de Cataluña por
otro. Se desató una oleada de represión contra los sectores a los que se
consideraba afines a los sublevados, principalmente religiosos católicos y simpatizantes de la Liga Catalana. La poco coordinada
acción militar se encaminó en dos direcciones: una ofensiva contra el Aragón
controlado por los sublevados, que sólo permitió estabilizar el frente durante
un tiempo; y un fracasado intento de conquistar Mallorca.
Con el avance de la guerra se produjeron también graves enfrentamientos
entre las organizaciones que querían dar prioridad a la revolución social,
principalmente la CNT y el POUM,
y quienes consideraban prioritario dirigir los esfuerzos al frente bélico y
mantener el apoyo de los sectores moderados. Este segundo sector integraba al
gobierno republicano, el PSUC, la Esquerra Republicana de Catalunya y otros partidos. El enfrentamiento
culminó en las jornadas de mayo
de 1937, durante las cuales ambos bandos se enfrentaron con las armas. La
victoria del bando gubernamental supuso una mayor integración de los
anarcosindicalistas en la disciplina del Ejército
Popular de la República y la
eliminación (incluso física) del POUM, incómodo rival comunista para el PCE y
el PSUC (ya dominado por los prosoviéticos). Tampoco fue buena la colaboración
entre la Generalidad dirigida por Companys y el gobierno republicano debido al
deseo de éste de centralizar el mando bélico y a la tendencia de aquélla a
exceder sus competencias estatutarias.
Finalmente el ejército rebelde rompió en dos el frente republicano al
ocupar Vinaroz, lo que aisló a
Cataluña del resto del territorio republicano (constituido ya sólo por Valencia
y la zona central). La derrota de los ejércitos republicanos en la batalla del Ebro permitió la ocupación de Cataluña por
las tropas encabezadas por el general Franco entre 1938 y 1939. La victoria total del
Generalísimo supuso el fin de la autonomía catalana y el inicio de una larga
dictadura.
El franquismo
El franquismo (1939-1975) supuso en Cataluña, como
en el resto de España, la anulación de las libertades democráticas, la
prohibición y persecución de los partidos políticos (salvo Falange Española Tradicionalista y de
las JONS), la clausura de la prensa no adscrita a la dictadura militar y la
eliminación de las entidades de izquierdas. Además, se suprimieron el Estatuto de Autonomía y las instituciones de él derivadas, y
se persiguió con sistematicidad la lengua y la cultura catalanas -al menos en
un principio- en muchas de sus manifestaciones públicas e incluso (en los
primeros tiempos) privadas. A pesar de ello y por ejemplo, a partir de 1941 se
permitió la publicación de libros en catalán, con una tirada total de millones
de ejemplares, así como la producción y distribución de películas (en
contraste, no se produjo ningún filme durante los ocho años de la Segunda
República).
Los vencidos fueron desvertebrados. A los numerosos muertos durante la
guerra hay que sumar los que fueron fusilados tras la victoria franquista, como
el propio presidente Lluís
Companys; muchos otros, obligados al exilio, no volverían a su país; gran
número de los que no huyeron fueron encarcelados; y muchos más fueron
"depurados" e inhabilitados para ocupar cargos públicos o ejercer
determinadas profesiones, lo que les dejó en pésima situación económica en una
época ya dura de por sí. Un pequeño sector de anarquistas y comunistas intentó
librar una guerra de guerrillas en unidades conocidas como maquis. Su acción más destacada fue la invasión del Valle de Arán.
Tras la primera etapa de economía autárquica, en la década de los años 1960 la economía entró en una etapa de
modernización agrícola, de incremento de la industria y recibió el impacto del
turismo de masas. Cataluña fue también una de las metas del movimiento
migratorio, que dio a Barcelona y a las localidades de su entorno un
crecimiento acelerado. También se desarrolló fuertemente la oposición antifranquista, cuyas
manifestaciones más visibles en el movimiento obrero fueron Comisiones Obreras, desde el
sindicalismo, y el PSUC.
En la década de los años
1970, el conjunto de fuerzas democráticas se unificaron alrededor de la Asamblea de Cataluña. El 20 de noviembre de1975 falleció el dictador Franco, hecho que abriría un nuevo
período en la historia de Cataluña.
La Transición democrática
Con la muerte del general
Franco, se inició el periodo conocido como transición democrática, a lo largo
del cual se irían alcanzando las libertades básicas, consagradas por la Constitución española de 1978. En ella
se reconoce la existencia de comunidades autónomas dentro de España, lo que da
lugar a la formulación del Estado
de las Autonomías.
Tras las primeras elecciones generales, en 1977, se restauró provisionalmente la
Generalitat, gracias al impulso de la sociedad civil catalana (representada por
la masiva manifestación que tuvo lugar en Barcelona el 11 de septiembre de ese año) y la iniciativa del
Gobierno de Adolfo Suárez,
apoyada por el rey y las altas instancias del Estado. Al
frente de la Generalidad restaurada se situó Josep
Tarradellas, que había preservado la legalidad del autogobierno catalán como
Presidente en el exilio, tras declarar su adhesión al rey y al proceso de reforma política. Tarradellas
constituyó un gobierno autónomo provisional compuesto por representantes de las
fuerzas más relevantes en aquel momento.
En 1979, se aprobó
finalmente un nuevo Estatuto de
Autonomía de Cataluña, netamente superior al de 1932 en algunos aspectos como
enseñanza y cultura, pero inferior en otros como justicia, finanzas y orden
público. En él, Cataluña se define como “nacionalidad”, se reconoce el catalán como “lengua propia de Cataluña” y alcanza la oficialidad
junto al castellano. Tras su promulgación, tuvieron lugar las primeras
elecciones catalanas, que dieron la presidencia de la Generalidad a Jordi Pujol, de Convergència i Unió, cargo que
ostentaría, tras seis triunfos electorales consecutivos, hasta el año 2003.
Desarrollo autonómico
A lo largo de los años
1980 y años 1990 se desarrollaron diferentes aspectos
de la construcción autonómica, entre ellos el despliegue de la policía
autonómica, los Mossos d'Esquadra,
la creación de la administración comarcal y el Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña. También se desarrolló la Ley de Normalización Lingüística, a fin de
fomentar el conocimiento y el uso del catalán y se crearon la Corporación Catalana de Medios
Audiovisuales, los medios de comunicación, radio y televisión, de titularidad
pública catalana.
El 5 de noviembre de 1992,
España ratificó en Estrasburgo,
la Carta europea de las lenguas
regionales o minoritarias, por la que adquiere entre otros, el compromiso de
reconocerlas, respetarlas y promoverlas.
En 1992 Barcelona celebró los Juegos Olímpicos, que sirvieron para
dar a Cataluña y a España un reconocimiento internacional. A lo largo de la
década de los años 1990, la
ausencia de mayorías absolutas en el gobierno español apenas contribuyó a
ampliar las competencias autonómicas, a pesar del apoyo de CiU al último
gobierno de Felipe González (1993-1996) y al primero de José María Aznar (1996-2000).
Siglo XXI
Uno de los fenómenos más notorios en la primera década del siglo XXI fue
el incremento de población de origen foráneo en Cataluña. El número de personas
nacidas fuera de Cataluña se incrementó de menos del 3% en 2000 a cerca del 15%
en 2010.
El 16 de septiembre del 2005,
la ICANN aprobó oficialmente el .cat, el primer dominio para una comunidad lingüística.
Por otra parte políticamente, el desgaste de CiU tras tantos años en el
gobierno y su apoyo a los últimos gobiernos de Aznar condujeron a que, en
noviembre de 2003, los resultados
de las elecciones autonómicas posibilitaran un cambio de partidos en el
gobierno de la Generalidad. A pesar de no haber ganado las elecciones por
número de escaños, Pasqual
Maragall (PSC-PSOE) fue nombrado
presidente, encabezando un gobierno de coalición formado por el PSC-PSOE-CpC, ERC y ICV-EUA, el Tripartito catalán. Los problemas
asociados al proyecto de reforma del Estatuto
de Autonomía de Cataluña, se tradujo en un adelanto de la convocatoria de
elecciones a noviembre de 2006,
en las cuales CiU obtuvo mayor número de escaños, aunque el tripartito continuó
obteniendo suficiente apoyo como para poder formar gobierno del que José Montilla fue nombrado President. Montilla fue
el primer presidente de la Generalidad no nacido en Cataluña después de la
Segunda República, siendo nativo de Iznájar,Córdoba.
Las elecciones autonómicas
del 28 de noviembre de 2010 dieron
de nuevo la victoria a Convergència i Unió, por lo que su candidato y cabeza de
lista por Barcelona, Artur Mas,
fue investido como presidente de la Generalidad el 23 de diciembre de ese mismo
año.
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